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Metales pesados en Myanmar

11 mayo, 2016

La zona industrial South Dagon (Zona No 3) de Yangon es un laberinto de talleres metalúrgicos, tiendas y pequeñas fábricas. Ni siquiera se sabe cuántos trabajadores laboran allí. Algunos dicen que son 10.000 personas, otros que son 20.000.

La mencionada zona industrial es un hervidero de calor, polvo y metales pesados, que se cortan, se tornean, se sueldan y se martillan según pida el cliente. Allí se fabrican pernos, placas, torres de alta tensión, plataformas y tuberías, etc., constituyendo el sello industrial y el ingenio de Birmania.

Pero también es paradigma de la enorme tarea que enfrenta el incipiente movimiento sindical del país, encabezado por la Confederación de Sindicatos de Myanmar (CTUM). Esta central sindical, que era conocida como los Sindicatos Libres de Birmania (FTUB), sólo fue reconocida oficialmente en julio del año pasado, después de 24 años en el exilio en el vecino país de Tailandia. IndustriALL Global Union cuenta con dos sindicatos afiliados en Myanmar, ambos afiliados a CTUM: la Federación de Trabajadores Industriales de Myanmar (IWFM) y la Federación de Trabajadores Mineros de Myanmar (MWFM).

Si dijéramos que en Myanmar los trabajadores son explotados sin piedad, estaríamos minimizando la gravedad del problema.

Si se agrega que este país del sureste asiático, que antes se llamaba Birmania, sufrió seis décadas de brutal gobierno militar y represión, la conclusión que se viene a la mente es que la situación actual es resultado de esa dictadura.

Sin embargo, lo que más llama la atención es que la gente parece feliz, con nueva esperanza sin duda infundida por el advenimiento de la democracia tras la victoria electoral de Aung San Suu Kyi en noviembre del año pasado.

Por cierto, Ko Khin Zaw, trabajador metalúrgico de 45 años de edad, que labora en la zona industrial South Dagon, parece bastante complacido con su salario de 5.000 kyat por su labor de nueve horas de trabajo al día, equivalente a poco más de US$ 4. El señalado trabajador manifestó:

“Gano lo suficiente como para comer y dormir. Por supuesto, sería bueno conseguir más dinero. Pero es suficiente. Estoy feliz. Mis dos hijos también están trabajando. El mayor, Htein Lin, que tiene 22 años, gana 130.000 kyat realizando servicios de limpieza en un concesionario de coches en la ciudad. Mi otro hijo, Lumin Khant, de 16 años, es un trabajador metalúrgico como yo; laborando aquí gana 5.000 kyat al día. Así que juntos ganamos lo suficiente para sobrevivir”.

Sin embargo, en una reciente visita de cuatro días que realizara en representación de IndustriALL a la zona industrial South Dagon, Ko Khin Zaw, al igual que la mayoría de los trabajadores con quienes hablé, casi no tenía idea de sus derechos laborales ni del sindicalismo.

-¿Qué pasa con la salud y seguridad en el trabajo? - le pregunté. El destartalado topi de bambú que llevaba elegantemente en la cabeza le ofrecía cierta protección contra el sol ardiente, sin embargo, no le protegería de cualquier trozo de metal que pueda venir volando.

¿Le facilitan casco de seguridad, guantes, botas de trabajo? La respuesta fue: “No. No.” y “No”.

Seguí preguntando: ¿Qué pasa si un trabajador se lesiona o se enferma?

“Oh, el jefe se encarga de eso”, respondió con firmeza.

Las calles donde viven los trabajadores metalúrgicos están llenas de basura. La basura se amontona en los extremos de los callejones, esperando que la vengan a recoger. La hediondez de la vegetación en descomposición, de heces humanas, e incluso de animales muertos, contamina el ambiente.

Los mosquitos se reproducen sin control en charcos de agua estancada. Las casas de los trabajadores son chozas hechas de enrejados de bambú, con techos de esteras de junco o láminas de metal rescatadas, incluso de amianto.

Los niños pequeños juegan entre los desechos. Las mujeres realizan sus tareas domésticas, lavando la ropa, barriendo, cocinando con leña o carbón, esperando que sus hombres vuelvan a casa después del trabajo.

El ruido de maquinaria pesada zumba a través de la valla que delimita la zona industrial.

Donde hay electricidad, es porque se ha aprovechado ilegalmente de postes cercanos del alumbrado público. Unos cuantos puestos venden una pobre y limitada selección de frutas y verduras.

Lo que hay de entretenimiento lo constituye un televisor en el gran salón abierto de un restaurancito que sirve té, café, refrescos, arroz frito y fideos.

El trabajo infantil está muy extendido en la zona industrial de South Dagon. Todos los trabajadores jóvenes de edad "cuestionable" con quienes hablé dijeron que tenían 16 años, respuesta que coincidía en forma sospechosamente constante.

Al final, un joven a quien entrevisté reveló que en realidad tenía 12 años.

Kyaw Zaw Hein me informó que asistía a la escuela durante cinco horas por la mañana y luego venía a trabajar en el taller mecánico durante cuatro horas todos los días, ganando un poco más de US$ 2 por turno.

“Quiero saber todo acerca de la mecánica. Me gusta más estar aquí que en la escuela. Mi caligrafía es muy mala y el profesor siempre me regaña. Estoy más feliz aquí en el trabajo”, dijo el pequeño trabajador.

Anteriormente, había visto cómo el propietario del taller, Sein Myint, subrepticiamente trataba de espantar al niño trabajador para que se apartara de la vista de la cámara, hasta que reconoció: “Las familias les envían aquí para aprender el trabajo. Ya a los 18 años va a ser un experto en la especialidad. Esa es su ambición”.

Al otro lado de la zona industrial, vi otras decenas de niños trabajadores dándole duro al trabajo, realizando la labor de los adultos.

Soe Min Hewe se encontraba agachado en la acera, rociando piezas de una máquina con pintura tóxica. No llevaba guantes, gafas ni máscara.

Moe That Mying, con el rostro manchado de suciedad y grasa, caminaba descalzo entre el revoltijo y el caos de las llamas de cortadoras a gas, pesadas máquinas de prensado, y el estrépito de metales chocando contra metales.

Maung Maung, de 63 años, geólogo calificado y Presidente de la CTUM, me dijo:

“Tal como lo has notado, la salud y seguridad constituyen un enorme problema. Ya hemos ayudado a establecer 650 sindicatos afiliados locales. Pero sabemos que todavía tenemos mucho trabajo que hacer.

“Hemos logrado algunos avances en las plantas industriales más grandes, pero es mucho más difícil sindicalizar a los trabajadores en estos talleres menores. Se ha centrado mucha atención, quizá excesivamente, en el sector de la confección.

“El Ministerio del Trabajo sólo cuenta con 70 inspectores laborales, y no se puede concentrarse en un solo sector. Las condiciones de trabajo en los talleres me recuerdan cómo era Tailandia hace 20 años atrás.

“Sesenta años de dictadura han dado lugar a una mano de obra dócil y acobardada, que obedece a lo que se les dice y no conoce sus derechos laborales”.

Por su parte, Annie Adviento, Secretaria Regional de IndustriALL en el sureste de Asia, señaló:

El trabajo en la zona industrial de Myanmar es difícil y peligroso, y las condiciones de vida son terribles. Los años de represión han hecho que muchos trabajadores acepten la situación sin cuestionarla. Nuestros afiliados están luchando para demostrar a los trabajadores y trabajadoras que las cosas no tienen por qué ser así, e IndustriALL les apoyará hasta el final. Estos trabajadores y trabajadoras merecen contar con seguridad y dignidad en el trabajo.

Artículo especial de David Browne en Yangon