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La crisis del coronavirus debe ser una señal a los sindicatos para cambiar el mundo

16 junio, 2020El cierre económico causado por los bloqueos de Covid-19 ha sumido al mundo en el caos, acelerando tendencias que ya existían anteriormente. Pero los sindicatos están preparados. Podemos aprovechar este momento para dar nueva forma al mundo.

ARTÍCULO DE FONDO

Texto: Walton Pantland

El virus parece haber surgido en un mercado de productos frescos en Wuhan, China, a finales del año pasado. Así como la legendaria mariposa agita sus alas esparciendo cambios profundos en todas partes, el murciélago o pangolín infectado causó una tormenta caótica en todo el mundo.

La pandemia expone a la perfección la globalización y sus largas y opacas cadenas de suministro. Todas las cosas están conectadas con todo lo demás, pero no siempre está claro cómo o qué podemos hacer para influir en el flujo del dinero, del poder y de la información.

Este es el contexto en el que los sindicatos operan desde la década de 1980: intentan encontrar soluciones locales para complejos problemas globales, y aprenden a enfrentar el capital amorfo y sin fronteras, a través de una cooperación internacional cada vez mayor. Los sindicatos globales fueron pioneros de un nuevo internacionalismo de los trabajadores/as, globalizaron las relaciones laborales a través de Acuerdos Marco Globales y campañas de solidaridad internacional e incitaron que los consumidores ejerzan presión sobre las marcas.

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Ese mundo se detuvo abruptamente en marzo de este año. La economía global se suspendió, las fronteras se cerraron y los países entraron en cuarentena.

Ahora que muchos países comienzan una cautelosa reapertura, aún no se definió la forma del nuevo mundo. Pero la crisis del coronavirus parece traer una transformación definitiva, un verdadero punto final.

El mundo será diferente a partir de ahora.

El virus fue aclamado como un gran nivelador: ricos o pobres, todos somos biológicamente susceptibles a la infección. De hecho, reveló una clara división de clases. Inicialmente, el virus se propagó desde  China a través de la clase de empresarios internacionales que asisten a reuniones mundiales. Se extendió por toda Europa a través de la clase que pasa el invierno en las estaciones de esquí italianas, y a África y América Latina a través de la clase que pasa sus vacaciones en Europa.

El impacto también fue desigual e injusto: las personas móviles y globalizadas que propagan el virus por todo el mundo también son las que se encuentran en mejores condiciones para hacerle frente. La mayoría puede realizar cómodamente sus trabajos de oficina desde su casa, con el espacio y los equipos que necesitan.

La gente de la clase trabajadora, los que nunca podrían imaginar un viaje para esquiar o vacaciones en el extranjero, fueron los más afectados por la crisis: los desempleados encerrados en apartamentos atestados de gente; los trabajadores/as de la salud y encargados de la limpieza de hospitales que tuvieron que ir a trabajar sin equipos de protección, como soldados que van a la batalla sin armas.

Los trabajadores/as de supermercados, transporte y reparto, que hasta hace poco eran menospreciados por ser poco calificados, repentinamente se reconocieron como el vínculo esencial que mantiene unidas a nuestras sociedades; así también, aquellos trabajadores/as laborando en oficios de producción sin habilidades profesionales para armar un automóvil, coser una camisa, minar carbón o sacar manchas de aceite del sofá.

Trabajadores en Tailandia

Se revelaron más desigualdades: hay más mujeres que hombres en trabajos peligrosos de primera línea y más personas de color. Los que ya eran vulnerables en esta economía se tornaron más vulnerables.

Los sindicatos respondieron bien, movilizaron a sus activistas y recursos para defender a los trabajadores/as. Los programas de permiso de ausencia que brindan apoyo a los trabajadores/as son el resultado de campañas sindicales, al igual que la presión para proporcionar equipos de protección. Los sindicatos destacaron el papel esencial que desempeñan los trabajadores/as mal remunerados en áreas clave de la economía. A través de negociaciones, muchos de nuestros afiliados lograron acuerdos esenciales para la supervivencia a nivel nacional y empresarial, desde Sudáfrica  hasta Brasil y Pakistan.

Gracias a las negociaciones sobre la remuneración durante las medidas de cuarentena, millones de trabajadores/as pudieron refugiarse de manera segura, frenaron la propagación del virus y salvaron la vida de innumerables personas. Los sindicatos también estuvieron a la vanguardia al brindar asesoramiento sobre salud pública y distribuir desinfectante, mascarillas y guantes. Pidieron la modificación de sus lugares de trabajo con el fin de abordar la crisis, desde plantas de producción de automóviles que se pusieron a fabricar ventiladores hasta plantas de fabricación de prendas de vestir que ahora se han dedicado a producir mascarillas.

A consecuencia de todo esto, muchos países informaron un gran aumento del número de personas que se afilian a los sindicatos.

Sin embargo, la forma inicial del mundo posterior a Covid-19 no parece positiva, por lo menos si perteneces a un sindicato. Es horroroso enfrentar la masacre de trabajos perdidos, reconociendo que cada uno apoyaba a una familia y una comunidad. Los sectores con representación de IndustriALL son especialmente afectados: decenas de miles de trabajadores/as de la confección fueron despedidos cuando los compradores suspendieron los pedidos. Nissan está cerrando fábricas en Cataluña, Renault elimina puestos de trabajo, Rolls-Royce recorta empleos en la fábrica escocesa que fabrica motores de avión, los precios de los productos básicos están confusos y no sabemos cuál será el futuro de los sectores del petróleo y minería.

No obstante, tenemos que resistir la conclusión de que esta masacre sea consecuencia inevitable de la crisis del coronavirus. Hay que tener en cuenta los diferentes factores que influyen en esto:

En primer lugar, los empleadores y los gobiernos de derecha utilizan el coronavirus como una excusa para aplicar cambios que no podrían lograr en tiempos normales. Estados de la India han suspendido la legislación laboral. BHP ha introducido cambios de turno obligatorios. Además, muchas compañías aprovechan cínicamente la crisis de salud como una oportunidad para despedir a trabajadores/as que de todas maneras querían botar, mientras que, a la vez, obtienen ayuda financiera de los gobiernos.

El segundo factor es que el coronavirus aceleró dramáticamente procesos que ya estaban en marcha. Desde hace ya bastante tiempo, se vienen cerrando las plantas del sector automotriz, y el movimiento sindical está muy consciente de que el futuro de la movilidad es incierto.

También sabemos que no es sostenible la política de producir prendas de vestir en base a las últimas tendencias de la moda, y la renovación contínua de colecciones en forma rápida y barata. Sabemos que necesitamos una transición para pasar de una economía basada en combustibles fósiles a una economía verde. Sabemos que no hay futuro a largo plazo en el petróleo o el carbón. Tenemos claro que el cambio climático requiere una economía muy diferente.

Además, estudiamos y preparamos las políticas y estrategias que debemos aplicar. Estamos listos para hacerlo. Presentamos los argumentos a favor de una Transición Justa, y desarrollamos propuestas políticas detalladas sobre cómo se caracterizará en los diferentes sectores.

Lo que falta hasta la fecha es la voluntad política. La mayoría de los gobiernos se contentan con adoptar un enfoque de no intervención, con la esperanza de que unos pocos empujones suaves sean suficientes para impulsar al sector privado a invertir en la transformación. Y el sector privado espera claras señales de compromiso del gobierno sobre la vía que se va a seguir.

El coronavirus demostró que es posible que los gobiernos actúen de manera rápida y audaz para tomar decisiones que tendrán consecuencias dramáticas. Los gobiernos conservadores que pasaron años quejándose de tener las arcas vacías de repente encontraron miles de millones para impedir el desmoronamiento de la sociedad. Millones de trabajadores y trabajadoras fueron suspendidos, recibiendo dinero del estado, y las empresas obtuvieron apoyo financiero.

Los economistas se están dando cuenta, o reconocen, que los presupuestos del gobierno no son como los presupuestos del hogar, y que tal vez los grandes déficits no constituyen ningún problema: ese dinero nunca tiene que devolverse. La austeridad y la precariedad siempre fueron proyectos políticos, y nunca fueron necesarios por razones económicas o sociales.

Estas audaces respuestas de política reabrieron las conversaciones sobre el Ingreso Básico Universal, la importancia de los trabajadores/as esenciales y de primera línea, y muchos otros aspectos de la vieja normalidad que se daban por sentado.

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La nueva normalidad tiene que ser diferente

Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa quedó en ruinas. Se encontró dinero para reconstruir el continente, y esa reconstrucción sentó las bases para el estado de bienestar que tuvo tanto éxito hasta que fue destruido por la contrarrevolución neoliberal de Thatcher y Reagan.

La Recuperación Justa de la Covid-19 debe ser otro momento como aquel que se registró después de la guerra. Los gobiernos y las empresas deben lograr los recursos necesarios para reconstruir una economía justa y verde. Se necesita trabajo globalmente coordinado para crear un “New Deal”. Necesitamos más que rescates. Necesitamos una inversión pública masiva en el futuro. Nuestro papel como sindicatos es exigir esto, defenderlo, promover nuestras políticas y, si es necesario, declarar huelgas para proteger el futuro.

Si nosotros no tomamos la iniciativa, otros lo harán.